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EL PALACIO DE EVO

Por Reymi Ferreira

30 de mayo de 2018

La oposición ha difundido la idea de que el nuevo edificio del Órgano Ejecutivo es el “palacio de Evo”. Esta distorsión de la realidad es fácilmente asumida por la buena fe de las personas. Una cosa es lujo y otra, infraestructura moderna donde la tecnología y la funcionalidad permiten una mejor gestión gubernamental para la población.

En dicho edificio hay grandes salas de reuniones, un auditorio con capacidad para 1.000 personas y funcionarán tres ministerios. El regimiento escolta tendrá allí sus instalaciones para evitar las difíciles condiciones en las que ahora sirven. Se miente cuando se habla de suites presidenciales de 1.000 metros cuadrados de superficie, cuando son tres dormitorios, uno para el descanso del Presidente y otros dos para visitantes. Una tendencia en los edificios corporativos es la instalación de gimnasios para la práctica saludable en una época en que la vida sedentaria afecta a la salud.

El Palacio Quemado, construido en el siglo XIX, resulta insuficiente; lo que obliga al Estado a alquilar inmuebles para el desarrollo de actividades. Este hecho dio lugar a que se califique al Estado como “Estado inquilino”. Tampoco se ha dicho que un edificio similar se construye a pocos metros para el Órgano Legislativo.

Se habla de lujo, cuando en realidad debiera llamarse tecnología y funcionalidad, en espacios bien aprovechados en una ciudad en donde no existen terrenos para la expansión. Pero lo que raya en la infamia es llamar al edificio el “palacio de Evo” como si fuera propiedad personal, y no un incremento del patrimonio del Estado que valoriza la ciudad. En la construcción de este edificio trabajaron durante cuatro años 1.000 personas, entre obreros y profesionales; el 75% del material fue provisto por industrias bolivianas, y se ha valorizado el material nacional como el granito y la piedra comanche, entre otros.

Como parte de esta campaña han surgido voces que plantean convertir aquel “palacio” en un hospital, hecho que demuestra que quienes pretenden ser candidatos no conocen ni una pizca de salud pública, ya que los hospitales no deben construirse en edificios altos, como los propios médicos han expresado públicamente.

En el fondo, la oposición, acostumbrada a llevar los lujos a sus casas o a alquilar sus propios aviones, no acepta que un Estado tenga edificaciones modernas para trabajar. A ellos, acostumbrados a los ambientes de embajadas extranjeras, nunca les importó la infraestructura pública. Su posición es comprensible, ellos conducían el Gobierno desde las oficinas de las transnacionales u organismos internacionales, de los que recibían bonificaciones, y asistían al Palacio en horas de oficina para fines protocolares.


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